Compensar áreas desforestadas, desarrollar políticas públicas que nos permitan recuperar espacios verdes, generar sumideros de carbono a partir de la plantación y conservación de árboles nos permite crear ambientes más oxigenados y un aire más limpio y respirable.
De eso se trata, de poder pensar y llevar a cabo acciones que nos permitan en forma diaria mitigar las emanaciones que generan tanto las ciudades como los espacios destinados a la industria. Necesitamos mejorar, reducir y compensar las emisiones que en forma diaria y sistemática afectan a nuestro ecosistema.
Cada árbol contribuye a esta tarea porque cada árbol importa. Cada vez que planificamos un nuevo desarrollo urbano es imprescindible poner en valor la potencialidad que significa para nuestro hábitat poder contar con árboles, plantas o vegetación que acompañen la mitigación de emisiones de CO2 al absorberlo y transformarlo en oxígeno.
Incorporar el concepto de “compensar” es parte de poder aportarle a las ciudades modernas una dinámica ambiental y cultural que le permita equilibrar y mitigar los efectos propios que genera su funcionamiento diario.
Todo deja huella y la huella de carbono es una de las que mayor impacto genera en nuestro medioambiente. Ver la manera de reducirla o de compensarla es parte de una tarea que implica no sólo saber el total de emanaciones que generamos, sino también la posibilidad de pensar en prácticas que auspicien su reducción sistemática.
Estas acciones son directas e indirectas y tienen la función de “restar” en esta “calculadora” que nos permite medir el impacto y la remediación que supone poder introducir factores que mitiguen nuestra constante generación de gases.
Pero sólo con la reforestación o adecuación de espacios verdes no alcanza, y cada actividad productiva debe repensarse a sí misma y comprender su proceso de emisiones. Para ello es indispensable entender también que debe abrirse un proceso de transición en el que la aplicación de tecnologías más limpias y el uso de combustibles alternativos cumplan un rol cada vez más activo y relevante.
Aparece aquí un desafío, una forma de entender al espacio productivo como el lugar a transformar para lograr un equilibrio entre el desarrollo y nuestro bienestar presente y futuro.
Ingresamos a un cambio cultural que debe trasladarse a nuestras prácticas laborales y productivas, prácticas que deben ampliar su horizonte e incorporar como elemento central la sustentabilidad del medio ambiente.
El Estado debe constituirse en garante de este nuevo pacto y auspiciar la implementación de políticas que tiendan a promover un crecimiento sustentable, sostenible y amigable para su comunidad.
Las sociedades avanzan en la implementación de proyectos para disminuir la emisión de gases contaminantes y esa reducción tiene un valor cuantificable y plausible de ser vendida en un mercado.
Las Naciones Unidas aplican un porcentaje de sus fondos a incentivar este tipo de mercados en los cuales ciudades, industrias y emprendimientos puedan certificar y vender el impacto que genera su baja en materia emisión de gases contaminantes y otorgarles un valor: un bono verde.
Se incorpora un nuevo concepto a la ecuación y la misma no sólo se circunscribe al beneficio ambiental y el cuidado del planeta. Este nuevo cálculo toma también como base la incorporación de todas las acciones que impactan en cada actividad a través de proyectos de “compensación y mitigación”, dos variables que cobran fuerza al momento de equilibrar cualquier ecuación ambiental moderna.
Más en un contexto actual en el cual la comunidad internacional nos permite medir esta reducción de emisiones, aportarles valor y convertirlas en una opción de obtener ganancia en este nuevo mercado emergente